domingo, 31 de octubre de 2010

Deliciosa eyaculación



Querida Madame Proust,

No quiere usted ni imaginar las imágenes que me ha sugerido la tecnología moderna para esta carta, una vez que he buscado conceptos similares a su título. Aunque ya ve lo afortunada que finalmente he sido al conseguir ilustrar con decencia cosas de la literatura, ¿verdad? Demos gracias a la ficción.







Ay, perdón.


¿Dónde iba yo? Qué sofoco... Le decía, querida Madame Proust, que a estas alturas, nuestro círculo de tertulianas sabe perfectamente que Marcel es escritor de atmósferas y no de hechos. A fin de cuentas, en las cuatrocientas páginas largas de A la sombra de las muchachas en flor que llevamos leídas entre labor de punto de cruz y té con pastas (y sin tocamiento alguno), apenas han pasado cuatro o cinco cosas, apasionantes todas. No obstante, esta indefinición de hechos lleva a algunas de nuestras más jóvenes Madames a preguntarse cosas. Cosas naturales que usted y yo conocemos incluso por términos médicos y anatómicos, dada nuestra edad y experiencias, que sería feo recordarle ahora por escrito. Pero estas jóvenes damas se debaten sobre si realmente le pasan o no a Marcel, o si el muy ladino -qué listo le ha salido el niño- nos quiere decir otras cosas. Observe por favor este párrafo que describe los intentos de Marcel por arrebatar una carta de las manos de Gilberta Swann:


Ella escondió la carta detrás del cuerpo, y yo le eché las dos manos por el cuello, alzando las trenzas, que aún llevaba colgando, bien porque estuviera todavía en edad de eso, bien porque su madre quisiera hacerla pasar por más niña, con objeto de rejuvenecerse ella; nos agarramos. Yo hice por traerla hacia mí; ella se resistía y se le pusieron los carrillos encendidos por el esfuerzo, rojos y redondos cual cerezas; se reía como si le hiciese cosquillas; yo la tenía bien enlazada con mis piernas, lo mismo que un arbusto al que se quiere trepar; y en medio de aquella gimnasia que yo hacía, sin que se acelerara apenas la sofocación que me causaba el ejercicio muscular y el ardor del juego, se escapó mi placer como unas cuantas gotas de sudor arrancadas por el esfuerzo, y sin que me quedase ni siquiera tiempo de saborearlo; en seguida cogía la carta. Entonces Gilberta me dijo bondadosamente:
-Bueno; si usted quiere, podemos pelear aún otro poco.


Empiezo a entender, Madame, que no responda usted a mis cartas. Tal vez se avergüenza usted de que su hijo cuente estas cosas. No se preocupe, yo dudo que esto sea impudicia, o liberalidad. Es más bien poesía. Bien llevada, entiéndame, ya que andar por las atmósferas y no por los hechos permite no contar algunos detalles. Porque, a diferencia de las preguntas de las jóvenes Madames, las mías son más prácticas. Si esto sucede en el Bois de Bologne, ¿cómo llegó Marcel a casa? ¿Y cómo pasar sus ropas al servicio? Dudas fundamentales, mucho más importantes que saber si recibir a las visitas en el porche o en el jardín, por supuesto. ¿Sabe lo que yo le recomiendo para el futuro? ¡LA COCACOLA! Otro día le explico qué es...



¡Otra vez, recáspita! ¡Maldita tecnología traviesa!

Suya,
Madame de Borge

domingo, 24 de octubre de 2010

Wikiproust


Querida Madame Proust,

¿Qué le parece el apuesto joven de la foto? Su nombre es Julian Assange y he pensado en él como posible amigo de Marcel. Platónico, por supuesto, pero muy conveniente. Aunque eso sí, la vida de Mr Assange parece más azarosa que la de Marcel. Fïjese que es australiano, que dice casi vivir en los aeropuertos y que mucha gente le persigue. Nada más lejos de la experiencia de nuestro querido niño, siempre enfermo e incapaz de moverse sino es para acercarse u olvidarse de Gilberta, esa mala influencia ya esté presente o ausente.

Claro que no es mi intención que Mr Assange apabulle a Marcel con sus viajes y experiencias vitales, pues, como usted sabe, estos jóvenes de hoy viven con tal cantidad de información que nadie en décadas pasadas podría asimilarla sin un estrés terrible que le hiciera retirarse a un balneario a tomar los baños para recuperar la salud. El caso es que Mr Assange parece haber desarrollado un ingenio que permite que nada caiga en el olvido, ni el más pequeño de los pecados del más gran dirigente, ni la mayor fechoría del más raso de los soldados. ¿Se da cuenta? Me dicen además mis queridos contertulios más jóvenes que no es el único modo de tenerlo todo registrado hoy en día, que la más banal de las conversaciones conoce hoy documento de donde recuperarse. El olvido olvidado, el espacio perdido recuperado, el tiempo recobrado, todo entre nosotros para siempre. ¿Podemos vivir en un mundo así? Marcel lo añora sin conocerlo, desea una enciclopedia que no olvide ninguna obra, que incluse atesore todos los momentos de todas las personas del mundo. Me temo que, oh infortunio, Marcel sería imposible con Internet...

Nos imaginamos que las partes accesorias de nuestro hablar, de nuestras actitudes, apenas sí penetran en la conciencia de nuestro interlocutor, y por consiguiente, y con más motivo, que no se le quedan en la memoria.

Pero es muy posible que, hasta en lo que se refiere a la vida milenaria de la Humanidad, esa filosofía del folletinista que cree que todo está predestinado al olvido sea menos cierta que una filosofía contraria que predijera la conservación de toda cosa. En el mismo periódico donde [...] nos habla de una contecimiento, de una obra de arte, o de una cantante, , con más motivo aún, que alcanzaron un <>, y pregunta que quién se acordará de ellos cuando pasen diez años, nos encontramos muchas veces en otra página con la reseña de una sesión de la Academia de la Historia, donde se trata todavía de un hecho de menos importancia intrínseca: de un poema insignificante que data de la época de los Faraones y del que sólo se conocen fragmentos. Acaso no ocurra lo mismo en la breve existencia humana.

Suya,
Madame de Borge




domingo, 17 de octubre de 2010

Divas


Querida Madame Proust,

Esta larga vida de alegrías y sinsabores me ha dejado muchas experiencias y algunas personas que merecen cierta atención. Hoy me he acordado de un querido amigo, simpático
personaje de buen humor continuo, aunque de costumbres íntimas un tanto particulares. No obstante las cuales, debo decirle que si destaca por algo, si por algo será recordado en siglos venideros, es por su militancia en favor de una diva de la canción, en concreto la de la foto que puede usted ver que amablemente le envío. Me congratulo de que usted no recibe estas cartas que le envío (y nunca responde) gracias a las nuevas tecnologías, pues qué duda cabe de que ante tamaño escorzo vocal podría usted esperar un berrido que le barriese las lentes y hasta la labor de punto de cruz que seguro que está delicadamente practicando con el fin de que Marcel tenga un nuevo mantel para la cama (los pone perdidos, ¿verdad? A mí me pasaba lo mismo con mi abuela cuando le daba el gazpacho, aunque la buena mujer tenía noventa y cinco años).

Como puede imaginar, mi querido amigo, una persona que por lo demás es intachable tal vez para su propia desgracia, sufre de la conocida afección 'síndrome de la diva'. Se lo resalto porque sé que en su educación no recibió las bienamadas direcciones que le hubieran evitado caer en esa peligrosa senda. Y por ello, debo remarcarle que no debe usted dejar a Marcel ir a esas sesiones de ópera de esa subcantante conocida como 'la Berma'. No sea débil, esa ópera de segunda no ayudará a Marcel sino a perder el sentido. El mismo público, débil y dado a la algarabía que acompaña secuestrado de admiración a estas artistas que invaden Europa, cae rendido ante la más floja de las actuaciones de la diva, víctima del síndrome, y despojado de criterio. Marcel, muchacho de gusto intachable pero en la flor de la vida y propenso a escuchar cualquier manifestación de los sentidos, fue sensible a la necedad del espectáculo, pero se sintió arrobado ante masas aún más enfermas del síndrome que él mismo. Fíjese como lo dice:

parece que ciertas realidades trascendentales emiten en torno suyo rayos a los que es sensible la masa

Señora: le digo con esta sinceridad que sabe que me caracteriza que un Marcel arrollado por la masa enfervorecida no es Marcel. Ya, ya sé que el muchacho está anticipando el siglo de los espectáculos de masa, o que apela a la vulgaridad de los públicos enaltecidos. Pero a Marcel le ha costado setenta páginas y una conversación con un ex-ministro reponerse. Dios quiera que para bien.

Suya,
Madame de Borge

domingo, 10 de octubre de 2010

¿Qué quiere decir eso de 'muchachas en flor?'

Reunión de proustianos, cerveza agotada

Querida Madame Proust,

Sirva esta nota para comunicarle que recientemente y en el transcurso de un viaje en tren, en algún lugar de la frontera catalanoaragonesa comencé la lectura de A la sombra de las muchachas en flor, segundo volumen de Á la recherche. Aunque sé que los doctores no recomiendan a Marcel que viaje, qué duda cabe que él desea conocer mundo aunque la idea de hacerlo enseguida le haga enfermar por no poder abarcar todo el mundo que desea conocer. ¡Su hijo es tan maravillosamente diferente!

En estos meses no he tenido abandonada ni a Combray ni a sus sentimientos, no crea. Nada sería más cruel que olvidar proustizar todo lo que a mi alrededor sucede, pues, qué duda cabe, el mundo ya fue explicado antes por Marcel. Pongo por ejemplo esta cita que encontré:

El pasado, decía Proust, no sólo es fugaz, es que no se mueve de sitio. Con París pasa lo mismo, jamás ha salido de viaje. Y encima es interminable, no se acaba nunca.
(Enrique Vila-Matas, París no se acaba nunca)

Claro que parece que este señor don Enrique, escritor catalán que como Marcel no hace más que contarnos su propia vida inventada, nunca deja a Marcel de lado. Observe usted:

...comprendió que era absurdo estar comportándose como ciertas personas de las que hablaba Proust: <<...lo mismo que esas personas que salen de viaje para ver con sus propios ojos una ciudad deseada, imaginándose que en una cosa real se puede saborear el encanto de lo soñado>>
(Enrique Vila-Matas, Dublinesca)

Ya ve usted qué grande es el peso de Marcel, pero qué poco entendemos todos que no salga nunca de viaje y pueda así, por ejemplo, conocer a sus admiradores que en reuniones como la de la ilustración superior se dedican deslaismizar sus traducciones entre vasos de esa cerveza de tan agradables efectos digestivos. Aunque, debo confesarle, mi tren finalmente no llegó a destino. Dicen que algún anarquista u otro activista de aún más baja estofa, cortó malintencionadamente las vías, y tuvimos que ser transportadas en autobús a nuestros destinos a causa de un comportamiento tan poco francés. Imagine el trajín de maletas y sombreros por la estación, las señoras que tuvieron que acomodar sus faldas y miriñaques a la angostura de los autocares. ¡Y alguna había olvidado perfumarse! Oh, el pequeño y débil Marcel hubiera disfrutado mucho en este viaje, pero no sé si hubiera soportado este infortunio.

Finalmente he conseguido llegar sana y salva a casa, donde mi marido me ha hecho unas friegas y me ha preparado un suculento pavo para almorzar. Cualquier día le digo la receta para que se la participe a Francisca.

Suya,
Madame de Borge