domingo, 9 de diciembre de 2012

Los lectores


Mas, volviendo a mí mismo, yo pensaba más modestamente en mi libro, y aún sería inexacto decir que pensaba en quienes lo leyeran, en mis lectores. Pues, a mi juicio, no serían mis lectores, sino los propios lectores de sí mismos, porque mi libro no sería más que una especie de esos cristales de aumento como los que ofrecía a un comprador el óptico de Combray; mi libro, gracias al cual les daba yo el medio de leer en sí mismos, de suerte que no les pediría que me alabaran o me denigraran, sino sólo que me dijeran si es efectivamente esto, si las palabras que leen en ellos mismos son realmente las que yo he escrito (pues, por lo demás, las posibles divergencias a este respecto no siempre se debían a que yo me hubiera equivocado, sino a que a veces los ojos del lector no fueran los ojos que convienen a mi libro para leer bien en sí mismo).

Querida Madame Proust y Queridas Madames,

Ha sido un placer compartir con ustedes estos treinta meses de lectura de En busca del tiempo perdido. Con esta bonita mención tan particular del muchacho autor a sus lectores, queda cerrada esta aventura y se deshace el bonito salón de té en que hemos compartido libros, pastís y encaje. No cerramos del todo el panel de anuncios, pues cualquier mención de fuste sobre Marcel que en nuestras manos caiga podrá tener cabida en este lugar. Pero el tiempo, por lo demás, ha sido encontrado y Madame Proust, por fin, sube cada noche a besar la mejilla de su hijo antes de que se duerma.

Suya,
Madame de Borge



domingo, 2 de diciembre de 2012

Epifanía


Queridas Madames,

Llega un momento en la vida de todo muchacho en que recapacita sobre sus cosas y decide qué hacer con su vida. Incluso en el querido diletante que es Marcel  ha llegado el día de ponerse a la acción, aunque sea ya en la edad madura (espero que ustedes no caigan en este error pequeñoburgués, queridas). Su difícil decisión es escribir el libro de su vida, plasmar los seis volúmenes anteriores en una obra literaria, y así recuperar el tiempo que se le escapa. Para ello recuperará en su memoria todos los rostros que han desaparecido bien porque han muerto, bien porque el tiempo ha borrado sus gestos y matices. Y se encerrará y no verá a nadie hasta que termine su opus...

A Marcel la decisión le llega en un momento de revelación. Asiste a la última fiesta de La Recherche, se ha cruzado con un impedido Monsieur de Charlus en los Campos Elíseos, y antes de entrar al salón de los Guermantes (donde las viudedades y los matrimonios han dado lugar a sorprendentes anfitriones y relaciones familiares) debe quedarse en un saloncito a que termine la pieza musical que suena. Una vida evocada se cruza ante él. Pero, a diferencia de Gretta Conroy (a la que ustedes recordarán con el rostro de Anjelica Huston en Dublineses, la adaptación del relato Los muertos de James Joyce), Marcel no siente el vacío de una vida inútil que le lleve a la desesperación, sino, como mucho, el terror a no poder completar la obra que se ha encomendado.

En efecto, el capítulo, además de mostrar una epifanía obviamente cultural, es metaliterario al reflexionar sobre la propia obra y su relación con la vida. No es de extrañar el éxito del último volumen entre literatos (esa gente tan pesada), dada la profusión de citas sobre el arte de la literatura. Da fin a la vida de Marcel, pues se retira del mundo para encerrarse sólo con las letras, y lo hace consciente. Dice que su novela no será nunca una novela en clave, pero cabe pensar que nos miente. Este libro inmenso, escrito por un judío homosexual que es el principal protagonista de la historia en la que se presenta como cristiano y heterosexual, no tiene personajes presuntamente reales como clave, sino situaciones y episodios completamente clave de manera directa.

Yo había llegado, pues, a la conclusión de que no somos en modo alguno libres ante la obra de arte, de que no la hacemos a nuestra guisa, sino que, preexistente en nosotros, tenemos que descubrirla, a la vez porque es necesaria y oculta, y como lo haríamos tratándose de una ley de la naturaleza.

Suya,
Madame de Borge




domingo, 25 de noviembre de 2012

Disciplina con clavos para el marqués

Queridas Madames,

Hoy les traigo la prueba definitiva de que nadie lee las obras cumbres de la literatura, ni clásica ni occidental... ¡ni puñetas!. Estaba yo tan tranquila leyendo El tiempo recobrado, tomando mi pastís de las cinco, en compañía de mis gatos  y con el runrún del arroyo de fondo, cuando se me han caído los quevedos, el monóculo, los anteojos y hasta las gafas al leer una descripción detallada de la vida en el interior de un burdel. No es que no hubieran aparecido burdeles ya en la obra, pero un burdel gay sadomasoquista donde los soldados de la I Guerra Mundial de permiso en París le hacen servicios con látigos y cadenas a los señorones príncipes y ministros de la Francia cuasisitiada es algo cuando menos inesperado para una obra cumbre de la literatura occidental. El tono, Marcel sería incapaz, no es sórdido, es más bien pintoresco, pero ha tenido que venir la mucama con las sales al oír mis interjecciones espasmódicas.

Una se pone entonces avizor para intentar averiguar si esta audacia proustiana tiene parangón y precedente. Y seguramente sí, más en Francia. Sade. Rimbaud. Y enseguida Genet. Pero Marcel tiene voluntad de trascender literariamente, de ser reconocido por el arte, sabe que está inventando una forma de novelística -que encaja con las vanguardias, sí, pero que en literatura fue más conservadora- pero quiere el triunfo, al menos el crítico. Y no sólo eso: ¡lo consiguió! Bajo el canon de la literatura occidental, Marcel ha debido sobrevivir a todo tipo de lecturas censoras que seguramente desviaban la mirada o condescendían en pasajes como éste, cuya subversión no es obviamente sólo la sexual. Ese burdel que hace feliz en su vejez a Monsieur de Charlus es la única casa de alegría y luz en el oscuro camino que Marcel debe emprender un día hacia su casa en un París oscuro, bombardeado, tristón. Y Marcel, siempre apareciendo casualmente en los escenarios de la vida, ya sabemos de quién nos habla, ¿no?

Suya,
Madame de Borge

domingo, 11 de noviembre de 2012

La guerra

Queridas Madames,

A lo largo de siete volúmenes dedicados al tiempo y al recuerdo asociado al mismo, sólo dos veces Marcel ha caído en la tentación de someter a sus personajes al juicio de la historia real. Sucedió con el caso Dreyfuss, que fue incapaz de soslayar si la pretensión de verosimilitud en la radiografía psicológica francesa del cambio de siglo seguía en pie. Una revolución semejante, con tamaña influencia en la relación entre los diferentes poderes del estado y de la sociedad de la época, era insoslayable. Pero no dejamos por ello de forzar un mohín de cierto desagrado, como si parte de la pureza abstracta del texto se hubiera perdido. Aunque, ay, desde luego no pierde universalidad, resulta más pedregoso para el lector no acostumbrado a las francias (¡esa Madame de Churchill!) seguir las vicisitudes de las dos facciones artificialmente creadas a partir del caso, pero que representaban tan a las claras dos sentires arrastrados por décadas. Al final, saber la existencia de la división, y el reparto de personajes entre las facciones, resultaba más poderoso que los motivos de la división, en la que Marcel no se posiciona con firmeza nunca. Como si dejara que su pluma ganara el combate ideológico, claro.

En El tiempo recobrado aparece de nuevo el tiempo real, se mencionan incluso años, 1914 y 1916, y se adivina una pizca de derrota del autor, quien, recluido en un sanatorio, nos cuenta los primeros años de guerra en un París tan diferente al que conoció y en el que finalmente va reconociendo, sutilmente, un final de camino. La guerra llega con la madurez, y eso le sirve para acumular las anécdotas que construyeron su creación novelística durante los seis volúmenes anteriores, que a la luz de la contienda dan sombras nuevas e inesperadas, sobre todo en relación al tiempo, el gran eje del libro. Así, por ejemplo, el dreyfusismo como mancha desaparece, porque todo aquello pasó antes de la guerra, que, de puro larga, hace que cualquier tiempo pasado parezca lejanísimo, un tiempo prehistórico. La amistad homófila y la homosexualidad alcanzan cumbres en la pureza de una orden de caballería puramente masculina, en el odio al afeminamiento con exaltación ante la majestad de la muerte que viven los hombres viriles en combate, o, con el sarcasmo de Monsieur de Charlus, quien ve en la falta de hombres hermosos una ciudad en la que han destruido toda la estatuaria

Finalmente, ya vieron ustedes, queridas, en la última misiva que les envié, cómo también Marcel integra las sensaciones culturales en el relato de la guerra en la ciudad. Hoy les dejo con una de las más estupendas, porque anticipa acontecimientos, consigue una percepción completa del hombre que vuelve del frente, y lo hace con una morbosa sensualidad prezombi:

Cuando Saint-Loup entró en mi cuarto, me acerqué a él con ese sentimiento de timidez, con esa impresión de cosa sobrenatural que producían en el fondo todos los militares de servicio y que sentimos cuando entramos en casa de una persona herida de una enfermedad mortal y que, sin embargo, se levanta, se viste y pasea todavía.

Suya,
Madame de Borge


domingo, 4 de noviembre de 2012

Apocalypse Then



Queridas Madames,

Ustedes que tienen edad para haber vivido todas las edades recordarán sin duda la maravillosa película de Francis Ford Coppola donde la música de Wagner acompañaba a unos helicópteros bombardeando el Vietnam. Que el bueno de Richard Wagner hacía música apabullante y que ésta era utilizable para lo marcial no era sin duda novedad, pero quién más quién menos saludó la propuesta con alborozo. Nosotras mismas ya lo habíamos comentado en la sección 'Destrozos y Retales' de nuestra tertulia, donde Madame de Malarrama aprendíó su francés colonial.

Ahora debo comunicarles mi pasmo total con un texto de Marcel en El tiempo recobrado, que me está dando sorpresas que no tendré para olvidar. Estamos en el París de la IGM sometido a los primerizos bombardeos de la aviación alemana y Saint-Loup, de permiso, le dice a Marcel hablando de los aviones que ascienden en la noche...

Reconozco que es muy hermoso el momento en que suben, en que van a formar constelación, y obedecen en esto a leyes tan precisas como las que rigen las constelaciones, pues lo que te parece un espectáculo es la formación de las escuadrillas, las órdenes que les dan, su salida en servicio de caza, etc. Pero ¿no te gusta más el momento en que, definitivamente asimilados a las estrellas, se destacan para salir en misión de caza o entrar después del toque de fajina, el momento en que hacen apocalipsis, y ni las estrellas conservan ya su sitio? Y esas sirenas, todo tan wagneriano, lo que, por lo demás, era muy natural para saludar la llegada de los alemanes, muy himno nacional, con el Kronzprinz y las princesas en el palco imperial, Wacht am Rhein; como para preguntarse si eran en verdad aviadores o más bien valquirias que ascendían. -Parecía complacerse en esta asimilación de los aviadores y de las valquirias, explicándola, por lo demás, con razones puramente musicales-: ¡Claro, es que la música de las sirenas se parecía tanto a la Cabalgata! Decididamente hace falta que lleguen los alemanes para que se pueda oír a Wagner en París.

No sé ustedes, queridas, pero no es sólo el espíritu del retrato que Marcel hace, no lejano al propio de Coppola en la famosa escena del Charlie dón't surf, sino el mismo uso de palabras clave como valquiria, cabalgata, e ¡incluso la misma apocalipsis! lo que me hace ver muchos puntos para la inspiración. ¿Quién lo iba a decir?

Suya,
Madame de Borge







sábado, 27 de octubre de 2012

El largo viaje acaba

Querida Madame Proust,

Al afrontar con ilusión y valentía El tiempo recobrado, el último volumen de la Opus Magna, me encomiendo a usted y a todos los espíritus de las señoras madres de genios literarios que ha habido. ¡LO QUE HAN TENIDO QUE AGUANTAR! Sin ir más lejos, fíjese Vd. en la brasa que le he metido durante todos estos meses...

Pero todo tiene un fin, y el de esta aventura comienza ahora, con las 421 páginas en que todo el tiempo debe converger, finiquitar, alcanzar el sentido. ¿Se encontrarán los caminos finalmente de Guermantes y Méséglise? Yo lo sospecho. Marcel está en Combray, sí, le leemos inocentes al principio que no tendría por qué extenderme sobre aquella estancia mía cerca de Combray, pero me temo que se va a desdecir con los hechos. O sea, con las palabras. Bueno, en su caso es lo mismo, Vd. ya me entiende.

Suya,
Madame de Borge

miércoles, 1 de agosto de 2012

Los mejores maridos del mundo


Los homosexuales serían los mejores maridos del mundo si no hicieran la comedia de que les gustan las mujeres.


Queridas Madames,

Todas estábamos convencidas de que había un desequilibrio entre la virilidad de Robert de Saint-Loup y su gusto por las vestimentas vaporosas. Entre su traje de militar y ese deseo permanente de que Marcel durmiera en su habitación del cuartel. En un giro en apariencia inesperado, de pura desarmarización, resulta que Roberto ha descubierto su vocación amorosa verdadera al casarse precisamente con Gilberta, la hija de Swann, el primer amor de Marcel, la muchacha que Odette engendró…

El disgusto de Marcel debe ser mayúsculo al terminar el excelente sexto volumen con esta catarata de acontecimientos inesperados a su alrededor, tras tantas páginas de duelo por Albertine. La amistad de tantos años, los muchos favores dispensados, los ve Marcel ahora con cierta indiferencia, con frialdad, con un sosiego que cambia todo el sentido de una amistad. Las que entendemos de estas cosas sabemos que en realidad usa la literatura como espejo de sus propias sensaciones, como justificación de su propia inacción (además de advertirnos sobre los peligros de los hombres casados, por supuesto). En busca del tiempo perdido es el La Ley del silencio del armario.

Suya,
Madame de Borge 

martes, 24 de julio de 2012

Colleja


A partir de cierta edad nuestros recuerdos están tan enmarañados unos con otros que la cosa en que pensamos, el libro que leemos ya casi no tiene importancia. Hemos puesto algo de nosotros mismos en todo, todo es fecundo, todo es peligroso, y podemos hacer en un anuncio de un jabón descubrimientos tan valiosos como en los Pensamientos de Pascal.

Querida Madame Proust,

Durante estos años de lectura he tenido siempre la sensación de que Marcel se sabía genio con  voluntad de perdurar en las letras francesas y universales. Otros creadores, no todos, sacrificaron su vida en aras de semejante objetivo, con voluntad indómita, pero cierto es que no todos lo consiguieron, y que tanto aquellos que murieron con éxito en vida como aquellos que no consiguieron tal objetivo mientras aún respiraban este aire nuestro, siempre debieron sentir el aliento del desconocimiento sobre el temible fracaso de su obra en las futuras generaciones.

En detalles como esta frase yo veo esa voluntad de Marcel. Sé que no es fácil, pero, ¿acaso no intuye usted el aroma de la cultura popular en la afirmación que ve la verdad en un vacío inconsistente, una burbuja de aire encerrada en una fina película de líquido saponificado, frente a la dura trascendencia del rígido Pascal? Desde luego, yo le afirmo que Marcel sabe bien que la cultura está cambiando, que los grandes autores son también los que saben mostrar que la realidad es también lo efímero, los que comprenden que la trascendencia no llena la vida, los que se han desembarazado de lo eterno pues el tiempo siempre gana al ser, y, de paso, le dan una colleja a un clásico plasta.

Suya,
Madame de Borge

domingo, 15 de julio de 2012

In & Out (de la catedral)


No es desde abajo, en el tumulto de la calle y el barullo de las casas vecinas, sino alejándose, cuando, desde las laderas de una colina cercana, a una distancia en la que toda la población ha desaparecido o ya no forma más que un amasijo confuso a ras de tierra, se puede, en el recogimiento de la soledad y de la noche, apreciar, única, persistente y pura, la altura de una catedral.



Queridas Madames,

Hoy quiero subrayarles la aparición de esta apenas inocente frase de Marcel en su desvarío tras la escapada de Albertina. Al hablar de cómo comprender el amor, de cómo entender las cimas a las que nos hace llegar, de cómo apreciar los momentos imborrables que nos ha dejado pero que una vez vividos parecemos despreciar salvo cuando sabemos que no se repetirán, evoca de repente sus sentimientos a la hora de conocer el arte completo de una catedral.

Recordarán ustedes ya a pesar de su edad (no les cuento la que tendrán cuando sean capaces de terminar las siete novelas) lo que nos gustó en Por el camino de Swann la pequeña cascada de sensaciones de Marcel dentro de la catedral de Combray, que ocupaba varias decenas de páginas. Marcel descubría el edificio, las vidrieras, las pinturas, las bóvedas, y se embriagaba, en una época en la que aún le mareaba sólo el pensar en viajar a Venecia. Ahora vuelve, repentina y esquiva, una catedral vista de lejos, que nos permite comprender el conjunto de la misma, mirarla con serenidad en la noche, comprender el conjunto de su belleza. Así como en el amor, desde dentro no es posible.

Y, de repente,  el tiempo se va entendiendo.

Suya,
Madame de Borge

domingo, 8 de julio de 2012

Albertine disparue


Lo que desconcertó a Roberto al ver la fotografía de Albertina no era el pasmo de los viejos troyanos diciendo al ver pasar a Helena:

'Ni una sola mirada nuestro mal le merece'

sino el asombro exactamente inverso y que hace decir: ‘¡Y por esto tanta bilis, tanta pena, tantas locuras!’ Hay que confesar que este tipo de reacción al ver a la persona que ha causado los sufrimientos, destrozado la vida, a veces causado la muerte de una persona querida es infinitamente más frecuente que la de los viejos troyanos, y, en una palabra, la reacción habitual. Y no sólo porque el amor es personal ni porque, cuando no lo sentimos, es natural que lo encontremos evitable y que filosofemos sobre la locura de los demás…


Querida Madame,

¡Cuánto comprendo a los que descubren los verdaderos placeres de La Recherche al adentrarse en sus volúmenes finales!. He acometido la lectura de La fugitiva de manera febril, con un ritmo de lectura hasta ahora desconocido en los anteriores volúmenes, y veo más claro que nunca por qué el tiempo se perdió y ha de ser recobrado. Sé que a Marcel no le debe hacer gracia que su desgracia, la fuga de Albertina, provocada pero temida a la vez, figure en lo más alto de las páginas de La Recherche, pero créame si le digo que lo de arriba sólo es un pequeño botón de muestra de la maestría absoluta de su hijo en describir, analizar, profundizar, en los avatares del amor perdido. Quiero decir, lo de estar chunga por los celos, el mal de amores, y además saberlo y saberse imbécil por ello. Una lástima que el volumen no mantuviera ese título original que al parecer Marcel no quería, ese Albertine disparue, que además de acercarse a la bonita sonoridad del temps perdu del título original de la serie, tiene en sí más aire de fuga que la propia acción de Albertina.


Siempre me pregunté, durante La prisionera, dónde andaba usted, por qué dejaba tanto tiempo en manos de Francisca el cuidado de Albertina residiendo en su casa. Ya sé que Marcel no quería mostrar al mundo la situación tanto por motivos conscientes como subconscientes. Pero indudablemente se creaba un daño desconocido hacia su hijo, ¿no? Me alegro mucho de su reaparición en París, y de que haya por fin viajado a Venecia con Marcel en este volumen lleno de sorpresas y giros inesperados. No diré cliffhangers, pero casi. Ya sabe que, como personaje, la admiro a usted tanto como el mismo autor…

Madame de Churchill le explica un día lo de los cliffhangers, que ahora mismo estoy agotada y necesito tomar mis drogas.

Suya,
Madame de Borge

miércoles, 27 de junio de 2012

Todo en Marcel

Querida Madame,


Mi querido amigo el juez de la horca me pasa un bonito juicio sobre la obra de su hijo realizado por un escritor reciente. Es un artículo juicioso, del estilo de 'cosas que te llevarías a una isla desierta', pero ha despertado los instintos de la querida tertulia literaria dado que enseguida empezaré con el sexto volumen de la Recherche, titulado La Fugitiva, y ardo en deseos de conocer el paradero de la ahora ubicua Albertina...


Aquí el enlace: http://www.jotdown.es/2012/06/felix-de-azua-el-libro-que-leeria-durante-la-pelicula-que-no-puedo-perderme/


Suya,
Madame de Borge



domingo, 27 de mayo de 2012

En el gulag


Queridas Madames,


Les presento un ensayo sobre Proust dictado en el invierno de 1940-1941 en el refectorio de un convento que servía de comedor en el campo de prisioneros de Griazowietz, en la URSS. Obviamente, realizado de memoria sin que el autor tuviera a mano la obra de Marcel. Le sirvió, a él y a varios, para sobrevivir. Y me muero de ganas de leerlo, pero tendrá que ser cuando acabe toda la recherche...


Suya,
Madame de Borge











domingo, 20 de mayo de 2012

La limusina proustificada

- Ordené proustificar el automóvil
- No me digas
- Te explicaré cómo se construye una limusina extralarga. Toman la unidad de base del vehículo en cuestión y la parten por la mitad con un instrumento enorme, como un serrucho de precisión. Añaden entonces un segmento para darle al chasis y a la carrocería la longitud que se desee, que puede ser tres metros, tres metros y medio, cuatro metros mayor de lo habitual. Se le da la dimensión que se desee. Hasta seis metros más larga si quieres. Mientras hacían esta operación en mi automóvil, indiqué que lo proustificaran, que lo insonorizaran con paneles de corcho para protegerlo del ruido de la calle.


(Cosmópolis, de Don DeLillo))

sábado, 28 de abril de 2012

Jano bifronte

Queridas Madames,


Qué terrible es el armario de Marcel... La prisionera habla del amor y de los celos, aprovechando que Albertine se encuentra prácticamente encerrada en casa de Marcel. Pero de nuevo el personaje emotivo es Monsieur de Charlus, la marica vieja en la que se refleja la psique de Marcel, la que le permite opinar y opinar sobre el vicio, justificar a los que lo practican pero manteniendo la distancia para no mancharse... Creo que es La Recherche la primera gran novela en que aparece el término homosexualidad, en el que Marcel distingue, y distingue mucho. En La prisionera hay efebos de Platón, y hay pastores de Virgilio. En La prisionera, Charlus quiere forzar que su amante Morel se case bajo su protección con el fin de dominar todas las facetas de su amor. En La prisionera, Charlus es humillado por Madame de Verdurin por celos de organizador de veladas (aunque Monsieur de Charlus se lo busca por su falta de sensibilidad) mediante maledicencia con su amante. Encuentro a Marcel muy desatado en este volumen lleno de prosa inaudita alrededor de las sensaciones que el amor hace pasar de agradable y amabilísimas a pérfidas y podridas. Les dejo una selección (comentadas, por eso de lo revelador) antes de esperar al sexto volumen, en esta recta final de La Recherche, que produce, no lo negaré, algo de vértigo.




algunas malas lenguas o algunos teóricos demasiado absolutos dirán que en un hombre la inclinación hacia los atractivos masculinos tiene como compensación el gusto innato, el estudio, la ciencia de la toilette femenina. Y, en efecto, esto ocurre a veces, como si al acaparar los hombres todo el deseo físico, toda la ternura profunda de un Charlus, recayera, en cambio, en el otro sexto todo lo que es un gusto platónico (adejtivo muy impropio), o, simplemente, todo lo que es gusto, con los más sabios y los más seguros refinamientos.
(de la indicación del gusto de Marcel por las artes se puede hilar hasta que fuera 'femenino en la intimidad')




Además, Madame no habla de los vicios de Monsieur, pero sí habla continuamente de ese mismo vicio en los demás, como persona enterada y por esa inclinación que tenemos a encontrar en las familias ajenas las mismas taras que padecemos en la nuestra, para demostrarnos a nosotros mismos que no tienen nada de excepcional ni de deshonroso.
(aquí la necesidad de que la familia lo sepa, de que hable de ello, de que lo mencione hacia fuera sin hacerlo para dentro)




Buscó instintivamente nuevas experiencias, y, cansado también de lo desconocido que encontraba, pasó al polo opuesto, a lo que había creído que despreciaría siempre, a la imitación de un matrimonio o una paternidad. A veces tampoco le bastaba esto y, en busca de la novedad, iba a pasar la noche con una mujer, de la misma manera que un hombre normal puede querer una vez en su vida acostarse con un mancebo, por una curiosidad semejante, aunque a la inversa, y en ambos casos igualmente malsana.
(sin desperdicio: caso de acostarse con un hombre ha de ser un mancebo, mientras que la mujer es mujer; justificación moral de las maldades homo puesto que las heterosexuales son paralelas; y, por supuesto, normalidad como calificativo como necesidad psicológica de reconocimiento)




El broche final es para esta frase preciosa sobre quién manda en el amor a través de la cara que sabe poner. Explicado con un griego por el medio suena mucho mejor:


Todo ser amado, y, hasta en cierta medida, todo ser, es para nosotros Jano: nos presenta la cara que nos place si ese ser nos deja, la cara desagradable si le sabemos a nuestra perpetua disposición.


Suya,
Madame de Borge

miércoles, 11 de abril de 2012

Acoplamiento de elementos contrarios

Queridas Madames,


Dice Marcel: El acoplamiento de los elementos contrarios es la ley de vida, el principio de la fecundación y, como veremos, la causa de muchos males.


Y yo les digo que se dedica con auténtica pasión a demostrarlo. La prisionera tiene un bonito intervalo de más de 150 páginas para describir una fiesta en casa de Madame de Verdurin, que ha vuelto a hacer con su viperina lengua al barón de Charlus lo que ya le hizo en su día a Swann. Aunque a Swann acabó por no importarle ya que consiguió el premio que buscaba. Pero si no fuera por este intervalo, se encontrarían ustedes ante un extenso melodrama interior sobre los celos que acumula brillantes reflexiones en las que resulta difícil no encontrar ironía o reconocimiento. 


Suya,
Madame de Borge





lunes, 9 de abril de 2012

La magdalena de Tony Soprano



Querida Madame Proust,


Le pongo en antecedentes de una nueva huella de su hijo en la cultura pop de décadas venideras:


En la consulta de su psiquiatra, la doctora Melfi, Tony Soprano acaba de recordar cómo se desmayó por primera vez: siendo niño, después de ver a su padre cortarle un dedo al carnicero -el señor Satriale-, ve en la cocina de casa cómo prepara su madre la carne de la cena. La doctora le explica cómo se cortocircuita su mente al pensar en ello...


-y también la idea de que algún día tú podrías ser el que llevara la carne a casa. Como tu padre.
-¿todo por una loncha de capocollo?
-algo así como la magdalena de Proust.
-¿¿qué??
-Marcel Proust
-¿...?
-escribió un clásico, En busca del tiempo perdido. Mordió una magdalena. Es una especie de dulce que solía comer de niño. Y ese mordisco desató una marea de recuerdos de su niñez y de toda su vida.
-eso suena muy gay. Espero que no insinúes eso.
-NO... Comprender las causas te hace menos vulnerable a futuros episodios
-Me da vueltas el puto bolo


Suya,
Madame de Borge


(Los Soprano, Episodio 03x03, escrito por Todd A.Kessler)

domingo, 8 de abril de 2012

Cambio de clases

Queridas Madames,


Supongo que nunca habrán visto a Marcel como un escritor interesado en la sociopolítica, pero siete tomos de literatura dan para muchos acercamientos. Sabemos que es un hombre que recoge parte del espíritu romántico y parte del espíritu realista, pero su época es sin duda convulsa, con un cambio de siglo arrastrado por la tecnología y en que se preparaba una gran guerra, con Francia siempre como protagonista. ¿Es Marcel un hombre del Antiguo o del Nuevo Régimen? Tentada estoy de afirmar que ambos en el fondo son lo mismo, pero no quisiera ser injusta.


Obvia es la fascinación de Marcel por la nobleza de otros tiempos, y a veces lo describe maravillosamente, con la lucidez de saber que aunque ya no valga nada, los siglos de un pasado de esplendor aún hacen ruido: Me parecía que aquella dama envuelta en pieles y desafinado el mal tiempo llevaba consigo todos los castillos de las tierras de que era duquesa, princesa, vizcondesa, como los personajes esculpidos en el dintel de un pórtico tienen en la mano la catedral que ellos han construido o la ciudad que han defendido. Dirán ustedes que no es que precisamente diga que la nobleza no vale nada, pues aún le da territorios y presencia. Pero no nos engañemos, ya vimos anteriormente cómo decepcionaron a Marcel la frivolidad y la falta de inteligencia de los Guermantes. Últimamente, además, aparece la dejación de costumbres en el vestir, que revela algo socioeconómico, aunque el párrafo es tan poliédrico en cuestiones sociales y psicológicas que interpretarlo se revela abrumador: 


Sólo los camareros creen que un hombre muy rico lleva siempre trajes nuevos y resplandecientes y que un señor muy elegante da comidas de sesenta cubiertos y no va más que en automóvil. Se equivocan. Ocurre frecuentemente que un hombre rico lleva siempre la misma chaqueta raída, que un caballero muy elegante es un señor que en el restaurante sólo se trata con los empleados, y, al volver a casa, juega a las cartas con sus criados. Esto no quita para que se niegue a pasar detrás del príncipe Murat.


Y a veces la ironía se desata, como en la aparición de León de Saint-Loup, el (por supuesto) apuesto y elegante hermano pequeño de Robert, cuyo pantalón beige desata las miradas de un campesino:


-¿Por qué me miras así? Apuesto a que no sabes quién soy -le dijo León. Y como el campesino le dijera que no-. Pues soy tu príncipe.
-¡Ah! -contestó el campesino descubriéndose y disculpándose-, le había tomado por un inglés.


Suya,
Madame de Borge



viernes, 6 de abril de 2012

Misoginia inversa

Querida Madame Proust,


Ya dice su querido hijo en La prisionera que es otro hombre, que ha sustituido la delicadeza de los años de infancia por carácter severo. Que así debe ser cuando se es el responsable y no el dependiente. Pero, qué quiere que le diga, a veces me dan ganas de abofetearle, si bien todavía no de escupirle. Mire usted qué dos cosas casi seguidas le he leído:


...Albertina, a pesar de los estúpidos hábitos de hablar que aún conservaba, había progresado extraordinariamente. Lo que me era completamente igual, pues las superioridades intelectuales de una mujer me han interesado siempre muy poco.


A propósito de cualquier cosa decía '¿Es verdad? ¿Es de veras?' Claro que si hubiera dicho como una Odette '¿Es verdad esa mentira tan gorda?' no me habría preocupado, pues la misma ridiculez de la forma se habría explicado por una estúpida mentalidad trivial de mujer.


Yo no sé si Marcel se está trastornando por eso de vivir con Albertina en la habitación de al lado, o si es que nos engañó a todas en sus cortejos por fiestas y balnearios, pero si Marcel siempre supo mirar más allá de las apariencias, resulta extraño verle deslizarse en los tópicos de la época sin al menos mostrar su incredulidad o comprensión, como hizo con los judíos o los hombres que no osaban decir el nombre de su amor. Mi tranquilidad llega en que ciertamente mil episodios desdicen este pensamiento, y en que se trata de una formulación demasiado directa que pretende subrayar una honorable virilidad de su tiempo que los hechos demuestran inexistente. Hasta yo me estoy poniendo celosa, no le digo más...


Suya,
Madame de Borge



jueves, 5 de abril de 2012

Proustcastinando

Querida Madame Proust,


Cuando me visitan las alumnas de la Escuela de Traducción para Señoritas de mi querida amiga Madame de Malarrama (tan estricta como borracha, por otro lado), con frecuencia me confiesan que las mañanas y las tardes se les pueden pasar en un suspiro florentino de contemplación de la belleza. Yo les digo que lean A la sombra de las muchachas en flor, y así se prevengan de pintores, escritores, y otros mentecatos aprehendores de la belleza futil. Pero absurdamente prefieren no hacer nada, jugar con adminículos electrónicos, o, como me dijo una muy vivaracha y locuaz, procastinar. Sinceramente, pensé para mi horror que era algo sexual, y sufrí entonces como sufre Marcel al vislumbrar, sospechar y soñar los amores de Albertina con Andrea.


Estas muchachas, he comprobado ahora, están sin embargo más adelantadas que yo. Cuán ingenua he sido al creer que ellas ya no habían disfrutado de Marcel. Madame de Malarrama me lo ha confirmado entre hipos de pastís: ¡les hace leer la Recherche a los siete años! Dice que les disciplina y que así aprenden a hablar francés sin enseñar los dientes. Una señorita nunca enseña los dientes, como bien sabe usted, y mucho menos al hablar francés.


Marcel habla de sí mismo y su contemplación perpetua:


...acaso esa costumbre añeja del aplazamiento perpetuo, de eso que Monsieur de Charlus infamaba con el nombre de procastinación, había llegado a ser tan general en mí que se apoderaba también de mis sospechas celosas...


Suya,
Madame de Borge

domingo, 1 de abril de 2012

La prisionera

Querida Madame Proust,


Llega una vez más le momento de pedirle disculpas tras estos meses de abandono. ¿Acaso había osado abandonar las aventuras de Marcel tras la penetrante aventura de Sodoma y Gomorra?


¡NO! ¡NUNCA! O más bien, ¡Coño, justo ahora no!


Con fuerzas renovadas a usted le vengo en este el que espero sea último año de lectura de La Recherche, deseándole buena salud  fuerza ante las veleidades casamenteras de su hijo. Recién he comenzado el quinto volumen. Y pareciera que vienen más delgaditos, con menos letras y páginas, pero ya descubro que no menos intensos. Marcel comienza brillante con una frase en su dormitorio de París que es obvio reflejo de la primera frase de la saga, y que anticipa unas decenas de páginas de pensamientos del duermevela, del que espera el primer rayo de sol, del que quiere dormitar sin ser molestado, del que tal vez prefiere observar a vivir...


Muy de mañana, mirando todavía a la pared y sin haber visto aún el matiz de la raya del día sobre las grandes cortinas de la ventana, sabía ya qué tiempo hacía. Me lo decían los primeros ruidos de la calle, según llegaran amortiguados y desviados por la humedad o vibrantes como flechas en el aire resonante y vacío de una mañana espaciosa, glacial y pura; en el paso del primer tranvía notaba yo si rodaba aterido en la lluvia o iba camino del azur.


Suya,
Madame de Borge