sábado, 28 de abril de 2012

Jano bifronte

Queridas Madames,


Qué terrible es el armario de Marcel... La prisionera habla del amor y de los celos, aprovechando que Albertine se encuentra prácticamente encerrada en casa de Marcel. Pero de nuevo el personaje emotivo es Monsieur de Charlus, la marica vieja en la que se refleja la psique de Marcel, la que le permite opinar y opinar sobre el vicio, justificar a los que lo practican pero manteniendo la distancia para no mancharse... Creo que es La Recherche la primera gran novela en que aparece el término homosexualidad, en el que Marcel distingue, y distingue mucho. En La prisionera hay efebos de Platón, y hay pastores de Virgilio. En La prisionera, Charlus quiere forzar que su amante Morel se case bajo su protección con el fin de dominar todas las facetas de su amor. En La prisionera, Charlus es humillado por Madame de Verdurin por celos de organizador de veladas (aunque Monsieur de Charlus se lo busca por su falta de sensibilidad) mediante maledicencia con su amante. Encuentro a Marcel muy desatado en este volumen lleno de prosa inaudita alrededor de las sensaciones que el amor hace pasar de agradable y amabilísimas a pérfidas y podridas. Les dejo una selección (comentadas, por eso de lo revelador) antes de esperar al sexto volumen, en esta recta final de La Recherche, que produce, no lo negaré, algo de vértigo.




algunas malas lenguas o algunos teóricos demasiado absolutos dirán que en un hombre la inclinación hacia los atractivos masculinos tiene como compensación el gusto innato, el estudio, la ciencia de la toilette femenina. Y, en efecto, esto ocurre a veces, como si al acaparar los hombres todo el deseo físico, toda la ternura profunda de un Charlus, recayera, en cambio, en el otro sexto todo lo que es un gusto platónico (adejtivo muy impropio), o, simplemente, todo lo que es gusto, con los más sabios y los más seguros refinamientos.
(de la indicación del gusto de Marcel por las artes se puede hilar hasta que fuera 'femenino en la intimidad')




Además, Madame no habla de los vicios de Monsieur, pero sí habla continuamente de ese mismo vicio en los demás, como persona enterada y por esa inclinación que tenemos a encontrar en las familias ajenas las mismas taras que padecemos en la nuestra, para demostrarnos a nosotros mismos que no tienen nada de excepcional ni de deshonroso.
(aquí la necesidad de que la familia lo sepa, de que hable de ello, de que lo mencione hacia fuera sin hacerlo para dentro)




Buscó instintivamente nuevas experiencias, y, cansado también de lo desconocido que encontraba, pasó al polo opuesto, a lo que había creído que despreciaría siempre, a la imitación de un matrimonio o una paternidad. A veces tampoco le bastaba esto y, en busca de la novedad, iba a pasar la noche con una mujer, de la misma manera que un hombre normal puede querer una vez en su vida acostarse con un mancebo, por una curiosidad semejante, aunque a la inversa, y en ambos casos igualmente malsana.
(sin desperdicio: caso de acostarse con un hombre ha de ser un mancebo, mientras que la mujer es mujer; justificación moral de las maldades homo puesto que las heterosexuales son paralelas; y, por supuesto, normalidad como calificativo como necesidad psicológica de reconocimiento)




El broche final es para esta frase preciosa sobre quién manda en el amor a través de la cara que sabe poner. Explicado con un griego por el medio suena mucho mejor:


Todo ser amado, y, hasta en cierta medida, todo ser, es para nosotros Jano: nos presenta la cara que nos place si ese ser nos deja, la cara desagradable si le sabemos a nuestra perpetua disposición.


Suya,
Madame de Borge

miércoles, 11 de abril de 2012

Acoplamiento de elementos contrarios

Queridas Madames,


Dice Marcel: El acoplamiento de los elementos contrarios es la ley de vida, el principio de la fecundación y, como veremos, la causa de muchos males.


Y yo les digo que se dedica con auténtica pasión a demostrarlo. La prisionera tiene un bonito intervalo de más de 150 páginas para describir una fiesta en casa de Madame de Verdurin, que ha vuelto a hacer con su viperina lengua al barón de Charlus lo que ya le hizo en su día a Swann. Aunque a Swann acabó por no importarle ya que consiguió el premio que buscaba. Pero si no fuera por este intervalo, se encontrarían ustedes ante un extenso melodrama interior sobre los celos que acumula brillantes reflexiones en las que resulta difícil no encontrar ironía o reconocimiento. 


Suya,
Madame de Borge





lunes, 9 de abril de 2012

La magdalena de Tony Soprano



Querida Madame Proust,


Le pongo en antecedentes de una nueva huella de su hijo en la cultura pop de décadas venideras:


En la consulta de su psiquiatra, la doctora Melfi, Tony Soprano acaba de recordar cómo se desmayó por primera vez: siendo niño, después de ver a su padre cortarle un dedo al carnicero -el señor Satriale-, ve en la cocina de casa cómo prepara su madre la carne de la cena. La doctora le explica cómo se cortocircuita su mente al pensar en ello...


-y también la idea de que algún día tú podrías ser el que llevara la carne a casa. Como tu padre.
-¿todo por una loncha de capocollo?
-algo así como la magdalena de Proust.
-¿¿qué??
-Marcel Proust
-¿...?
-escribió un clásico, En busca del tiempo perdido. Mordió una magdalena. Es una especie de dulce que solía comer de niño. Y ese mordisco desató una marea de recuerdos de su niñez y de toda su vida.
-eso suena muy gay. Espero que no insinúes eso.
-NO... Comprender las causas te hace menos vulnerable a futuros episodios
-Me da vueltas el puto bolo


Suya,
Madame de Borge


(Los Soprano, Episodio 03x03, escrito por Todd A.Kessler)

domingo, 8 de abril de 2012

Cambio de clases

Queridas Madames,


Supongo que nunca habrán visto a Marcel como un escritor interesado en la sociopolítica, pero siete tomos de literatura dan para muchos acercamientos. Sabemos que es un hombre que recoge parte del espíritu romántico y parte del espíritu realista, pero su época es sin duda convulsa, con un cambio de siglo arrastrado por la tecnología y en que se preparaba una gran guerra, con Francia siempre como protagonista. ¿Es Marcel un hombre del Antiguo o del Nuevo Régimen? Tentada estoy de afirmar que ambos en el fondo son lo mismo, pero no quisiera ser injusta.


Obvia es la fascinación de Marcel por la nobleza de otros tiempos, y a veces lo describe maravillosamente, con la lucidez de saber que aunque ya no valga nada, los siglos de un pasado de esplendor aún hacen ruido: Me parecía que aquella dama envuelta en pieles y desafinado el mal tiempo llevaba consigo todos los castillos de las tierras de que era duquesa, princesa, vizcondesa, como los personajes esculpidos en el dintel de un pórtico tienen en la mano la catedral que ellos han construido o la ciudad que han defendido. Dirán ustedes que no es que precisamente diga que la nobleza no vale nada, pues aún le da territorios y presencia. Pero no nos engañemos, ya vimos anteriormente cómo decepcionaron a Marcel la frivolidad y la falta de inteligencia de los Guermantes. Últimamente, además, aparece la dejación de costumbres en el vestir, que revela algo socioeconómico, aunque el párrafo es tan poliédrico en cuestiones sociales y psicológicas que interpretarlo se revela abrumador: 


Sólo los camareros creen que un hombre muy rico lleva siempre trajes nuevos y resplandecientes y que un señor muy elegante da comidas de sesenta cubiertos y no va más que en automóvil. Se equivocan. Ocurre frecuentemente que un hombre rico lleva siempre la misma chaqueta raída, que un caballero muy elegante es un señor que en el restaurante sólo se trata con los empleados, y, al volver a casa, juega a las cartas con sus criados. Esto no quita para que se niegue a pasar detrás del príncipe Murat.


Y a veces la ironía se desata, como en la aparición de León de Saint-Loup, el (por supuesto) apuesto y elegante hermano pequeño de Robert, cuyo pantalón beige desata las miradas de un campesino:


-¿Por qué me miras así? Apuesto a que no sabes quién soy -le dijo León. Y como el campesino le dijera que no-. Pues soy tu príncipe.
-¡Ah! -contestó el campesino descubriéndose y disculpándose-, le había tomado por un inglés.


Suya,
Madame de Borge



viernes, 6 de abril de 2012

Misoginia inversa

Querida Madame Proust,


Ya dice su querido hijo en La prisionera que es otro hombre, que ha sustituido la delicadeza de los años de infancia por carácter severo. Que así debe ser cuando se es el responsable y no el dependiente. Pero, qué quiere que le diga, a veces me dan ganas de abofetearle, si bien todavía no de escupirle. Mire usted qué dos cosas casi seguidas le he leído:


...Albertina, a pesar de los estúpidos hábitos de hablar que aún conservaba, había progresado extraordinariamente. Lo que me era completamente igual, pues las superioridades intelectuales de una mujer me han interesado siempre muy poco.


A propósito de cualquier cosa decía '¿Es verdad? ¿Es de veras?' Claro que si hubiera dicho como una Odette '¿Es verdad esa mentira tan gorda?' no me habría preocupado, pues la misma ridiculez de la forma se habría explicado por una estúpida mentalidad trivial de mujer.


Yo no sé si Marcel se está trastornando por eso de vivir con Albertina en la habitación de al lado, o si es que nos engañó a todas en sus cortejos por fiestas y balnearios, pero si Marcel siempre supo mirar más allá de las apariencias, resulta extraño verle deslizarse en los tópicos de la época sin al menos mostrar su incredulidad o comprensión, como hizo con los judíos o los hombres que no osaban decir el nombre de su amor. Mi tranquilidad llega en que ciertamente mil episodios desdicen este pensamiento, y en que se trata de una formulación demasiado directa que pretende subrayar una honorable virilidad de su tiempo que los hechos demuestran inexistente. Hasta yo me estoy poniendo celosa, no le digo más...


Suya,
Madame de Borge



jueves, 5 de abril de 2012

Proustcastinando

Querida Madame Proust,


Cuando me visitan las alumnas de la Escuela de Traducción para Señoritas de mi querida amiga Madame de Malarrama (tan estricta como borracha, por otro lado), con frecuencia me confiesan que las mañanas y las tardes se les pueden pasar en un suspiro florentino de contemplación de la belleza. Yo les digo que lean A la sombra de las muchachas en flor, y así se prevengan de pintores, escritores, y otros mentecatos aprehendores de la belleza futil. Pero absurdamente prefieren no hacer nada, jugar con adminículos electrónicos, o, como me dijo una muy vivaracha y locuaz, procastinar. Sinceramente, pensé para mi horror que era algo sexual, y sufrí entonces como sufre Marcel al vislumbrar, sospechar y soñar los amores de Albertina con Andrea.


Estas muchachas, he comprobado ahora, están sin embargo más adelantadas que yo. Cuán ingenua he sido al creer que ellas ya no habían disfrutado de Marcel. Madame de Malarrama me lo ha confirmado entre hipos de pastís: ¡les hace leer la Recherche a los siete años! Dice que les disciplina y que así aprenden a hablar francés sin enseñar los dientes. Una señorita nunca enseña los dientes, como bien sabe usted, y mucho menos al hablar francés.


Marcel habla de sí mismo y su contemplación perpetua:


...acaso esa costumbre añeja del aplazamiento perpetuo, de eso que Monsieur de Charlus infamaba con el nombre de procastinación, había llegado a ser tan general en mí que se apoderaba también de mis sospechas celosas...


Suya,
Madame de Borge

domingo, 1 de abril de 2012

La prisionera

Querida Madame Proust,


Llega una vez más le momento de pedirle disculpas tras estos meses de abandono. ¿Acaso había osado abandonar las aventuras de Marcel tras la penetrante aventura de Sodoma y Gomorra?


¡NO! ¡NUNCA! O más bien, ¡Coño, justo ahora no!


Con fuerzas renovadas a usted le vengo en este el que espero sea último año de lectura de La Recherche, deseándole buena salud  fuerza ante las veleidades casamenteras de su hijo. Recién he comenzado el quinto volumen. Y pareciera que vienen más delgaditos, con menos letras y páginas, pero ya descubro que no menos intensos. Marcel comienza brillante con una frase en su dormitorio de París que es obvio reflejo de la primera frase de la saga, y que anticipa unas decenas de páginas de pensamientos del duermevela, del que espera el primer rayo de sol, del que quiere dormitar sin ser molestado, del que tal vez prefiere observar a vivir...


Muy de mañana, mirando todavía a la pared y sin haber visto aún el matiz de la raya del día sobre las grandes cortinas de la ventana, sabía ya qué tiempo hacía. Me lo decían los primeros ruidos de la calle, según llegaran amortiguados y desviados por la humedad o vibrantes como flechas en el aire resonante y vacío de una mañana espaciosa, glacial y pura; en el paso del primer tranvía notaba yo si rodaba aterido en la lluvia o iba camino del azur.


Suya,
Madame de Borge