Marcel conoce bien el valor del nombre y su peso en la memoria. La abnegada Francisca, que por otro lado mejor haría en no confraternizar con los lacayos de las demás familias, que sabe Dios con qué pequeñeces la seguirán alterando, recuerda Meseglise, o Guermantes, y todo en ella vuelve a la vida. Miren la delicadeza: Y el nombre de Guermantes de entonces es también como uno de esos globitos en que se ha encerrado oxígeno o algún otro gas: cuando llego a agujerearlo, a hacer salir de él lo que contiene, respiro el aire de Combray de aquel año, de aquel día, mezclado a un olor de espinos blancos agitados por el viento del ángulo de la plaza... No sé ustedes, Queridas Madames, pero este hombre acabará conmigo. Una metáfora vendrá a ser algo que a alguien se le ocurrió comparar y que Marcel ya habrá escrito. Así, Guermantes me evoca la valla del terreno imposible de penetrar. La tarea definitiva.
En este tercer volumen, la traducción pasa a ser compartida, por Don Pedro Salinas y Don José María Quiroga Plá. Tal vez sea cosa mía, de que mi arrebato me impida ver los detalles, pero aprecio menos laísmo. En su defecto, debo decirles que me encuentro con expresiones tan sublimes como Vamos unas veces a la Ópera, otras a las suarés de abono de la princesa de Parma... donde la deliciosa bacanal de galicismos sigue reinando.
A ustedes me encomiendo,
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