A partir de cierta
edad nuestros recuerdos están tan enmarañados unos con otros que la cosa en que
pensamos, el libro que leemos ya casi no tiene importancia. Hemos puesto algo
de nosotros mismos en todo, todo es fecundo, todo es peligroso, y podemos hacer
en un anuncio de un jabón descubrimientos tan valiosos como en los Pensamientos de Pascal.
Querida Madame Proust,
Durante estos años de lectura he tenido siempre la sensación
de que Marcel se sabía genio con
voluntad de perdurar en las letras francesas y universales. Otros
creadores, no todos, sacrificaron su vida en aras de semejante objetivo, con
voluntad indómita, pero cierto es que no todos lo consiguieron, y que tanto
aquellos que murieron con éxito en vida como aquellos que no consiguieron tal
objetivo mientras aún respiraban este aire nuestro, siempre debieron sentir el
aliento del desconocimiento sobre el temible fracaso de su obra en las futuras
generaciones.
En detalles como esta frase yo veo esa voluntad de Marcel.
Sé que no es fácil, pero, ¿acaso no intuye usted el aroma de la cultura popular
en la afirmación que ve la verdad en un vacío inconsistente, una burbuja de
aire encerrada en una fina película de líquido saponificado, frente a la dura
trascendencia del rígido Pascal? Desde luego, yo le afirmo que Marcel sabe bien
que la cultura está cambiando, que los grandes autores son también los que saben
mostrar que la realidad es también lo efímero, los que comprenden que la
trascendencia no llena la vida, los que se han desembarazado de lo eterno pues
el tiempo siempre gana al ser, y, de paso, le dan una colleja a un clásico
plasta.
Suya,
Madame de Borge