Lo que desconcertó a
Roberto al ver la fotografía de Albertina no era el pasmo de los viejos
troyanos diciendo al ver pasar a Helena:
'Ni una sola mirada
nuestro mal le merece'
sino el asombro
exactamente inverso y que hace decir: ‘¡Y por esto tanta bilis, tanta pena,
tantas locuras!’ Hay que confesar que este tipo de reacción al ver a la persona
que ha causado los sufrimientos, destrozado la vida, a veces causado la muerte
de una persona querida es infinitamente más frecuente que la de los viejos
troyanos, y, en una palabra, la reacción habitual. Y no sólo porque el amor es
personal ni porque, cuando no lo sentimos, es natural que lo encontremos
evitable y que filosofemos sobre la locura de los demás…
Querida Madame,
¡Cuánto comprendo a los que descubren los verdaderos
placeres de La Recherche al
adentrarse en sus volúmenes finales!. He acometido la lectura de La fugitiva de manera febril, con un
ritmo de lectura hasta ahora desconocido en los anteriores volúmenes, y veo más
claro que nunca por qué el tiempo se perdió y ha de ser recobrado. Sé que a
Marcel no le debe hacer gracia que su desgracia, la fuga de Albertina,
provocada pero temida a la vez, figure en lo más alto de las páginas de La Recherche, pero créame si le digo
que lo de arriba sólo es un pequeño botón de muestra de la maestría absoluta de
su hijo en describir, analizar, profundizar, en los avatares del amor perdido. Quiero
decir, lo de estar chunga por los celos, el mal de amores, y además saberlo y
saberse imbécil por ello. Una lástima que el volumen no mantuviera ese título
original que al parecer Marcel no quería, ese Albertine disparue, que además de
acercarse a la bonita sonoridad del temps perdu del título original de la
serie, tiene en sí más aire de fuga que la propia acción de Albertina.
Siempre me pregunté, durante La prisionera, dónde andaba usted, por qué dejaba tanto tiempo en manos de Francisca
el cuidado de Albertina residiendo en su casa. Ya sé
que Marcel no quería mostrar al mundo la situación tanto por motivos
conscientes como subconscientes. Pero indudablemente se creaba un daño
desconocido hacia su hijo, ¿no? Me alegro mucho de su reaparición en París, y
de que haya por fin viajado a Venecia con Marcel en este volumen lleno de
sorpresas y giros inesperados. No diré cliffhangers, pero casi. Ya sabe que, como
personaje, la admiro a usted tanto como el mismo autor…
Madame de Churchill le explica un día lo de los
cliffhangers, que ahora mismo estoy agotada y necesito tomar mis drogas.
Suya,
Madame de Borge
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