domingo, 4 de diciembre de 2011

Amanecer





La luz del sol que iba a nacer, al modificar las cosas en torno mío, como trasladándome un instante con relación a ella, me hizo tomar de nuevo conciencia aún más amarga de mis sufrimientos. Nunca había visto nacer un mañana tan bella ni tan dolorosa. Pensando en todos los pasajes indiferentes que iban a iluminarse y que, todavía la víspera, sólo el deseo de visitarlos me habían infundido, no pude contener un sollozo cuando, en un gesto de ofertorio mecánicamente cumplido y que me pareció simbolizar el cruento sacrificio que yo iba a tener que hacer de todo goce, cada mañana, hasta el fin de mi vida, renovación solemne celebrada en cada aurora de mi dolor cotidiano y de la sangre de mi herida, el huevo de oro del sol, como propulsado por la ruptura de equilibrio que en el momento de la coagulación determinaría un cambio de densidad, erizado de llamas como en los cuadros, rompió de un golpe la cortina tras la que, desde hacía un momento, se le sentía trémulo y pronto a irrumpir en escena y a lanzarse, borrando bajo torrentes de luz su púrpura misteriosa e inmóvil. Me oía a mí mismo llorar.


Queridas Madames,


Tras cuatro volúmenes por fin Marcel ha visto amanecer en Balbec. Ha sucedido con el impresionante manierismo que ven ustedes arriba, que arrebataría sin duda a cualquier vampiro que pudiera, milagrosamente, volver a ver la luz del sol por la mañana y sin embargo sobrevivir. Marcel, sin embargo, cierra Sodoma y Gomorra hecho un mar de dudas sobre su vida amorosa y prácticamente la de todos los personajes de la obra. Otro final cliffhanger para la posteridad, sin duda.


En siguientes entregas de este su salón de té hablaremos mejor de las temáticas del volumen que, curiosamente, se han olvidado de Dreyfuss, nos han dejado sin Swann, pero ha supuesto la gozosa vuelta de Mme. de Verdurin y su selecto núcleo, y lo ha mezclado bien con Monsieur de Charlus y sus selectos gustos.


Suya,
Madame de Borge

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