

¡Otra vez, recáspita! ¡Maldita tecnología traviesa!
Suya,Querida Madame Proust,
Habrá de disculpar mi tardanza en empezar esta correspondencia, pero sé que se hará cargo del sinnúmero de responsabilidades que una directora de escuela superior tiene que atender en estos últimos días del curso académico. Afortunadamente, hoy he conseguido reunir unos minutos para sentarme al escritorio y escribirle estas líneas. Al parecer esta tarde se celebra un importante partido de balompié en el que juega la Selección Nacional de nuestro país y todo nuestro personal masculino se ha reunido para escuchar la emisión radiofónica en la cantina de la escuela. Algunas de mis alumnas han querido unirse a los bedeles para animar nuestros colores y no he tenido corazón para negarles mi permiso. Siempre he dicho que, para condensar la salsa del carácter, no hay mejor harina que el sentimiento patrio, porque ¿acaso es posible creer en uno mismo sin creer antes en tu país? Por lo demás, intento por todos medios fomentar el deporte entre mis pupilas, ya que pienso que enaltece el espíritu, y aunque el balompié no es uno de los frutos de mi devoción, sería una hipocresía por mi parte impedirles que escuchen el partido en la radio de los bedeles.
Tan solo espero que se comporten. Bien sabe usted, Madame Proust, que no están acostumbradas a la compañía de miembros del sexo opuesto, pero confío en ellas ciegamente, igual que ellas confían en mí. Todo este preámbulo sobre las dificultades de la labor educativa no es baladí, querida Madame. Cualquiera que por elección profesional, como yo, o por providencia biológica, como usted, se haya encontrado al cargo de adolescentes sabe perfectamente lo duro que es educar. Y es precisamente eso lo que me ha animado a escribirle, Madame Proust, porque debo hacerle notar que estoy un tanto escandalizada por la actitud de su hijo Marcel en la primera parte de Por el Camino de Swann.
Bien está que una jovencita, como nos cuenta nuestra querida Madame Churchill, espere un beso de despedida de su madre al retirarse a dormir. Nada tengo en contra de ello. Es más, yo misma acudo todos los días al lecho de mis alumnas para darles un beso de buenas noches (¡Pobres mías, tan lejos de sus hogares!). Este impulso no es sino natural, porque una muchacha necesita la cercanía de una madre para moldear su carácter. Pero ¡un hijo…!
No me gustaría decirle cómo tiene que educar a su prole, querida Madame Proust, al fin y al cabo yo nunca he tenido hijos propios (vicisitudes de la vida, no le voy a hablar de mis pesares), pero creo que mi amplia experiencia docente me cualifica y me obliga a advertirle que si persiste usted en ceder ante los requerimientos de su hijo varón y acude por las noches a besarlo en la mejilla, pronto se encontrará con que ha criado a un adolescente caprichoso. Tome nota de lo que le digo porque éste es el menor de los vicios que puede adquirir Marcel si no se opone usted con voluntad férrea a sus chiquilladas.
Dicen los alienistas (profesión y disciplina cuyos avances sigo con franco interés) que la excesiva cercanía de una madre en estos años críticos del desarrollo puede fomentar en el pre-adolescente un indeseable apego hacia lo propio femenino. ¡Escalofríos he sentido al leer de la obsesión que tiene el pequeño Marcel con el vestido de usted al oír su frufrú subiendo las escaleras! La laxitud, la morbidez y otras enfermedades de la voluntad también parece que están provocadas por la superabundancia de afecto materno. Y lo peor de todo no es eso, porque hay quienes dicen que incluso puede llegar a… Pero no puedo seguir. Solo de pensarlo se me pone la piel de gallina.
Pero no la entretengo más, querida Madame; mis obligaciones me reclaman. Voy a bajar a la cantina a ver qué hacen mis chicas. Oigo risas y suspiros. Es posible que nuestra Selección haya marcado un gol.
Siempre suya,
Madame de Malarrama.
Queridas Madames,
Por fin he consiguido sobreponerme a los nervios, dejar de llorar sobre el boeuf bourguignon y escribiros por fín, queridas mías, no solo para que sepáis que estoy bien de salud (al contrario de lo que se ha dicho por ahí) sino que, fiel a mi palabra, he dado comienzo al desafío que nos impusimos y ya me he adentrado en la lectura de Por el Camino de Swann.
Tengo que agradeceros que hayáis justificado, si bien de manera inmerecida, mi silencio en vuestras cartas. Además de la emoción que me embargaba últimamente debido a la relectura de las primeras páginas de A la Recherche, me han impedido coger la pluma también las muchas tareas educativas que, como bien sabeis, tengo a mi cargo en la Escuela de Traducción para Señoritas de la que soy directora.
He animado a varias de mis alumnas a emprender con nosotros la lectura de la obra de Marcel, así que espero en breve poder ofreceros a través de mis cartas, además de mis impresiones acerca de la novela, también las de mis queridas pupilas. ¡Ay, mis niñas queridas! ¡Si pudiérais ver con vuestros ojos sus cuerpos de porcelana! ¡Si pudierais tocar con vuestras palabras sus delicadas mentes! Os estremeceríais... Quizá algún día podáis hacernos una visita y comprobarlo de cuerpo presente.
He leído las cartas que habéis enviado a Madame Proust y me han parecido exquisitas. He encontrado especial deleite en la ocurrencia que tuvo Madame Churchill de adjuntar en el sobre dos bolsas de té. ¡Ay, Charlotte, cómo me alegro de saber que conservas tu sentido del humor! En breve, la semana que viene a más tardar, me uniré a vosotras escribiendo mi primera carta a Madame Proust. Temo que se haya disgustado por mi silencio y no quiera dirigirme la palabra.¿Estará ofendida? ¿Qué impresión os ha dado en sus contestaciones?
Ahora os dejo, dentro de quince minutos tengo que estar de nuevo en el aula. Mis niñas tienen que entregarme un ejercicio de traducción que les encarguéla semana pasada. Se trata de tres o cuatro páginas de una novela titulada L'Étranger y su autor es un joven muy sugerente llamado Albert Camus. ¿Habéis oído hablar de él?
Siempre vuestra,
Madame de Malarrama.