martes, 24 de julio de 2012

Colleja


A partir de cierta edad nuestros recuerdos están tan enmarañados unos con otros que la cosa en que pensamos, el libro que leemos ya casi no tiene importancia. Hemos puesto algo de nosotros mismos en todo, todo es fecundo, todo es peligroso, y podemos hacer en un anuncio de un jabón descubrimientos tan valiosos como en los Pensamientos de Pascal.

Querida Madame Proust,

Durante estos años de lectura he tenido siempre la sensación de que Marcel se sabía genio con  voluntad de perdurar en las letras francesas y universales. Otros creadores, no todos, sacrificaron su vida en aras de semejante objetivo, con voluntad indómita, pero cierto es que no todos lo consiguieron, y que tanto aquellos que murieron con éxito en vida como aquellos que no consiguieron tal objetivo mientras aún respiraban este aire nuestro, siempre debieron sentir el aliento del desconocimiento sobre el temible fracaso de su obra en las futuras generaciones.

En detalles como esta frase yo veo esa voluntad de Marcel. Sé que no es fácil, pero, ¿acaso no intuye usted el aroma de la cultura popular en la afirmación que ve la verdad en un vacío inconsistente, una burbuja de aire encerrada en una fina película de líquido saponificado, frente a la dura trascendencia del rígido Pascal? Desde luego, yo le afirmo que Marcel sabe bien que la cultura está cambiando, que los grandes autores son también los que saben mostrar que la realidad es también lo efímero, los que comprenden que la trascendencia no llena la vida, los que se han desembarazado de lo eterno pues el tiempo siempre gana al ser, y, de paso, le dan una colleja a un clásico plasta.

Suya,
Madame de Borge

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