lunes, 7 de junio de 2010

Pagafantas

Querida Madame Proust,

Definitivamente, Charles Swann es un magnífico ejemplo de encoñado. Me temo, insumisamente que lee una, que la minuciosa descripción de los sentimientos de Swann en los vaivenes a que Odette de Crézy le somete tienen un tanto que ver con la vida de Marcel, aunque usted tal vez nunca llegara a enterarse. A Swann, mientras los Verdurin le desprecian, mientras Odette le saca el dinero y además se acuesta con hombres y mujeres, y mientras se descubre sometido a pasiones que siempre creyó mundanas (aka celos), nada le sirve para recuperar su altivez y tranquilidad. No su clase: por mucho que esté resentido con los círculos artísticos, la grotesca reunión de aristócratas con la descripción de monóculos es tal vez obvia como metáfora de tiempos y sociedades que acabaron (Marcel desprecia su pretenciosidad vacua), pero la incapacidad de Swann de ver a los personajes reales salvo como imágenes que reconoce en obras artísticas (pinturas, vidrieras) es una manera increíble, magnífica, de describir el vacío romántico que consiste en vivir una ilusión continua.

Me sigue interesando el punto de vista. En las doscientas páginas largas de estos amores de Swann ha aparecido, en el tercio final, de nuevo la primera persona, el recuerdo de Combray, y la promesa de que Swann volverá a la tierra cercana a los tiempos y espacios del narrador. Veremos.

Suya,
Madame de Borge

Y cosas que hasta entonces le habrían abochornado: espiar al pie de una ventana, quién sabe si mañana sonsacar diestramente a los indiferentes, sobornar a los criados, escuchar detrás de las puertas, le parecían ahora métodos de investigación científica de tan alto valor intelectual y tan apropiados al descubrimiento de la verdad como descifrar textos, como comparar testimonios e interpretar monumentos.

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