lunes, 23 de mayo de 2011

¡Eso no lo tolero yo en mi casa!


Queridas Madames,

Todas coincidiremos en que los sucedidos de la memoria, el olvido y el recuerdo, y la melancolía –no exenta en ocasiones de fascinación- por el paso del tiempo es uno de los ejes que articula la recherche. El mundo de Guermantes, parte central del conjunto de la historia, no podía obviarlos. Impregnan todos los demás temas de la novela. Como ejemplo, este párrafo que relaciona -con maestría- la decepción social que la aristocracia le supone con una pasión por el conocimiento que puede perderse sin obviar la comparación entre una clase anacrónica y el polvo del pasado: […] las charlas con la duquesa se asemejaban a los conocimientos que adquiere uno en la biblioteca de algún castillo, anticuada, incompleta, incapaz para formar una inteligencia, desprovista de casi todo aquello que es de nuestro gusto, pero que a veces nos ofrece algún informe curioso, la cita de una hermosa página que no conocíamos, inclusive, y que más tarde nos hace felices recordar que debemos el conocerla a una magnífica mansión señorial. Entonces, por haber encontrado el prefacio de Balzac a La Cartuja, o unas cartas inéditas de Joubert, nos sentimos tentados a exagerarnos a nosotros mismos el valor de la vida que en esa mansión hemos vivido y cuya estéril frivolidad, merced a esa ganga de una tarde, hemos olvidado. Si quisiera hilar más fino, les diría que entre esto y eso de ‘en Internet se pierde mucho tiempo pero hay cosas de interés’ el paso es corto. Dicho de otro modo, la relación entre el hombre curioso y el conocimiento no ha cambiado, y lo perseguirá aunque para ello deba relacionarse con seres anodinos en lugares aburridos.

Para obtener la relación perfecta, el recuerdo debe encajar bien con la realidad que se busca, pues el tiempo perdido es tan importante como el presente, y cada uno echa su sombra sobre el otro. El pasado puede incluso cambiar si en nuestro recuerdo el presente lo ha modificado: Así y todo, al cabo de unos días en que el recuerdo de las dos muchachitas luchó con varia suerte por el dominio de mis ideas amorosas con el de la señora de Guermantes, fue éste, como por sí mismo, el que acabó por renacer más a menudo, mientras que sus competidores se eliminaban por sí solos; sobre él fue sobre quien acabé por haber transferido, voluntariamente aún, en suma, y como por elección y por gusto, todos mis pensamientos de amor. Dicho de otro modo, se impone escoger la muchacha a la que cortejar porque su recuerdo es más sólido: no podemos escoger sin la memoria.

Y a esa perfección no es inmune el lugar, el lugar que pudiera ser evocado por un nombre (Combray, Balbec, Bois de Bologne), y sin el cual nada es lo mismo: Poseer a la señora de Stermaria en la isla del Bosque de Bolonia, donde la había invitado a cenar, era el placer que me imaginaba a cada minuto. Este placer hubiera quedado naturalmente destruido si yo hubiese cenado en esa isla sin la señora de Stermaria; pero quizá también harto disminuido, de cenar, aún con ella, en otro sitio. Sabemos que tanta exigencia en el arte del amor a las mujeres revelaba algo más, pero a eso ya llegaremos.

Les dejo con otra pizca de humor bartualiano, en este caso de rabiosa ‘actualidad electoral’ (por casualidad), y en la que también juegan la memoria y la ignorancia de la aristocracia: […] la duquesa viuda de Gallardon (…) que, como no se hubiese visto honrada en cinco años con una sola visita de Oriana, respondió a uno que le preguntaba la razón de su ausencia: ‘Parece que recita cosas de Aristóteles (quería decir Aristófanes) en las reuniones. ¡Y eso no lo tolero yo en mi casa!’

Suya,
Madame de Borge

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